Emily C. Floyd
The Mobile Image: Prints and the Shaping of Devotional Networks from Lima to the Andes and Beyond
University of Texas Press, 2025, 256 páginas, ISBN: 9781477331125
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> autores
José Araneda Riquelme
https://orcid.org/0000-0002-5785-3472
Investigador posdoctoral en la Università Roma Tre, dentro del proyecto MISBLOB – Catholic missions and the global circulation of people and goods in the early modern period (1500–1800). Su investigación se ha centrado en la circulación de información en el mundo colonial y, más recientemente, en cómo esa comunicación se encarnó en la materialidad: objetos y cosas capaces de transportar, traducir y, a veces, desviar significados. Entre sus publicaciones recientes destaca “Navigating Uncertainty from the Spanish Empire’s Southern Frontier: Epistolary Communication, Agents, and Media in Chile, 1598–1670” (2025), en Hispanic American Historical Review. Además, es co-creador y coanfitrión (junto a Kate Mills) del podcast Las cosas tienen vida.
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> como citar este artículo
Araneda Riquelme, José; “Emily C. Floyd, The Mobile Image: Prints and the Shaping of Devotional Networks from Lima to the Andes and Beyond, University of Texas Press, 2025, 256 páginas, ISBN: 9781477331125”. En caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). No 27 | Primer semestre 2025, pp. .
En The Mobile Image, Emily Floyd reflexiona sobre el grabado y la xilografía limeña colonial como un dispositivo visual, material y espiritual que articuló la geografía de la circulación devocional en los Andes coloniales. Digo “reflexiona” porque la autora no solo expone hallazgos. Invita a abrir nuevas vetas de investigación a partir de ellos, combinando una erudición clásica con una voz cercana que dialoga con sus lectores y los convoca a explorar temas, argumentos y escalas diversas. Esta disposición acerca a otras personas no especialistas en el tema.
El argumento del libro se articula en torno a los grabados e impresos coloniales, objetos a menudo efímeros cuyo bajo costo y la abundancia de su producción favorecieron una amplia movilidad geográfica. Esta es, además, una historia atravesada por la fragilidad material y la pérdida de numerosas copias; aun así, su condición reproducible hizo posible la conservación de algunos ejemplares, que la autora reconstruye con gran riqueza a partir de un trabajo minucioso en archivos y bibliotecas andinos.
Según mi lectura, Floyd organiza su investigación en torno a dos preguntas fundamentales, una de orden historiográfico y otra propiamente histórica. La primera indaga qué ocurre cuando, en un momento dominado por los enfoques de historia global, se desplaza la atención desde la difusión de estampas europeas importadas hacia la producción local de imágenes en Lima y su circulación por redes regionales. Este cambio de escala abre la posibilidad de observar interacciones poco visibles, a menudo relegadas o desconocidas. La segunda pregunta, de naturaleza histórica, examina el papel de Lima en la cultura visual impresa. Aquí la autora sostiene que la ciudad virreinal actuó como un verdadero monopolio tipográfico, capaz de generar nodos y redes que se desplegaron a lo largo y ancho del virreinato sudamericano (pp. 2-3).
Es esa posición técnica y política la que determinó qué podía grabarse e imprimirse en Lima y, en consecuencia, condicionó el repertorio de imágenes impresas disponibles en la región andina (p. 4). Este marco también puede entenderse como un contrapeso, por un lado, frente a otros centros de producción visual, como Quito, Potosí o Cuzco, y, por otro, frente a la interacción constante entre distintos medios y soportes, desde la pintura y la escultura hasta el grabado y el dibujo. En esta perspectiva, el libro argumenta que los impresos limeños contribuyeron a forjar un imaginario regional compartido sobre la sacralidad del paisaje andino y sus devociones, que abarca desde las vírgenes locales hasta los llamados “santos de papel”. Frente a las narrativas que privilegian la categoría de lo “híbrido”, la autora subraya que la apariencia europea de los grabados limeños aporta poco para comprender quiénes los encargaron o los utilizaron. Lo significativo es, más bien, su movilidad: esa capacidad de circular ampliamente y llegar a manos de actores indígenas, afrodescendientes, mestizos y criollos de muy diversos niveles económicos (p. 9). Desde esta óptica, las estampas dejan de leerse únicamente como objetos estilísticos para revelarse como agentes de conexión social y devocional en el mundo andino colonial.
Metodológicamente, la autora reconstruye esta geografía visual mediante una combinación de la historia material del grabado, la historia social y un enfoque espacial que alterna entre escalas locales, regionales y globales según las rutas efectivas de circulación de las imágenes (pp. 5-6 y 11-13). Con ese propósito, organiza el libro en cuatro capítulos concebidos como estudios de caso, a los que suma un valioso diccionario biográfico de los grabadores activos en Lima durante el periodo colonial (“Appendix”), una herramienta de gran utilidad para cualquier investigador. El volumen destaca, además, por su abundante aparato ilustrativo, que acompaña y clarifica el argumento, permitiendo apreciar con precisión los matices formales y los desplazamientos iconográficos que sustentan su análisis.
El primer capítulo examina cómo los grabados limeños reconfiguraron las geografías devocionales de las distintas Vírgenes de la Candelaria cuando circularon en nuevos soportes y contextos, lejos de sus santuarios originales. Floyd demuestra que estos impresos no solo reproducen esculturas milagrosas, sino que también las relocalizan y las adaptan a demandas sociales y políticas cambiantes. El capítulo estudia, por ejemplo, los grabados del siglo XVII de la Virgen de Copacabana, que incorporó el altiplano dentro de una visión criolla limeña (p. 29-30); luego muestra cómo, en el siglo XVIII, cofradías indígenas transformaron las devociones de Copacabana y Cocharcas en advocaciones propiamente limeñas (p. 40); y, finalmente, analiza los casos de Cayma y Characato, donde clérigos peninsulares emplearon grabados para difundir y reglamentar estas devociones locales (p. 47-57).
El capítulo 2 estudia el uso de grabados de santos y de candidatos a la santidad como herramientas para promover causas locales en redes tanto regionales como transatlánticas. A partir de ejemplos como las estampas de Martín de Porres o Alonso Messia (p. 59-60), la autora argumenta que estas imágenes funcionaron como reliquias reproducibles, capaces de circular, sanar y servir como testimonios devocionales. Reconstruye episodios milagrosos vinculados al contacto directo con tales impresos (p. 64) y examina diversas iconografías (retratos frontales, objetos cotidianos, escenas místicas) que contribuyeron a consolidar identidades devocionales específicas (p. 68). También analiza sus usos estratégicos, desde estampas insertas en libros hasta imágenes enviadas como petición o como respaldo material de una causa (p. 79-85). El capítulo 3 se centra en la configuración de redes devocionales y en el papel que en ellas desempeñaron las cofradías limeñas, que recurrieron a cartas impresas y xilografías de bajo costo para forjar comunidades que trascendían ampliamente los límites urbanos de la capital virreinal. Estas cartas, concebidas como auténticos contratos espirituales, muestran en su desgaste físico las huellas de un uso cotidiano y sus imágenes, incluso deterioradas, conservaron una eficacia ritual y simbólica (p. 101-102). El análisis de la cofradía de la Virgen de Misericordia y San Eloy revela cómo tales impresos circularon tanto por ciudades como por áreas rurales, creando una vasta red de afiliaciones sostenida por frailes viajeros y mensajeros indígenas (pp. 111-112). La autora destaca que la multiplicación de imágenes facilitó una devoción flexible, reforzada, a su vez, por copias pintadas y prácticas públicas como procesiones (p. 110). Este enfoque podría verse enriquecido si se considera también la movilidad de los propios religiosos entre ciudades y el uso de estos impresos en contextos misionales, lo que permitiría afinar la relación entre los soportes de comunicación religiosa y los agentes que aseguraban su circulación.
El capítulo 4 regresa al terreno de la representación visual, tanto en registros religiosos como en registros laicos, para examinar cómo los grabados limeños representaron o atenuaron lo indígena, lo incaico y lo negro a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Parte del caso de Bartolomé de Mesa, cuyo retrato virreinal presenta una identidad indígena deliberadamente ambigua, y luego se desplaza hacia figuras de indígenas “salvajes” presentes en mapas como el de Vásquez, contrastándolas con la cartografía jesuítica del Amazonas. En lo que respecta a lo incaico, la autora muestra cómo los emblemas asociados al pasado imperial se vuelven políticamente sensibles tras la rebelión de Túpac Amaru II (p. 130), lo que explica silencios visuales como el que rodea la representación de Mesa. Floyd observa, asimismo, un cambio en las convenciones para representar la raza, especialmente a partir del siglo XVIII, cuando ciertos marcadores socio-raciales tienden a invisibilizarse para adecuarse a las expectativas de una audiencia andina diversa. Esta tendencia a la neutralización visual se extiende incluso a los propios productores de imágenes. Pues debido al carácter fragmentario y ambiguo de las fuentes, la autora considera imposible identificar con certeza la calidad socio-racial de los grabadores (p. 136), lo que plantea como un campo fértil para comparar periodos y explorar continuidades en esta práctica de “invisibilización”.
A partir de ello, podría resultar especialmente enriquecedor incorporar el debate borbónico sobre la diferencia racial, estudiado desde la historia social por autoras como María Elena Martínez, Sonya Lipsett-Rivera o Verónica Undurraga. Las reflexiones en torno al uso (y abuso) de la Real Pragmática de Matrimonios de 1776, que redefinió jurídicamente los límites de la diferencia racial, permitirían contextualizar de manera más amplia estas transformaciones en la representación visual y comprender cómo las imágenes dialogaban, directa o indirectamente, con las nuevas sensibilidades políticas y normativas del periodo.
En suma, el libro ofrece un estudio excepcionalmente documentado y conceptualmente afinado sobre el papel de los impresos limeños en la configuración de redes devocionales y en las múltiples circulaciones que articularon el mundo andino colonial. Sin embargo, su contribución va más allá de cartografiar trayectorias o reconstruir repertorios visuales: The Mobile Image permite comprender con mayor precisión los modos en que las personas se vincularon con las imágenes en su vida religiosa cotidiana. Las estampas aparecen aquí como objetos relacionales, activados por el contacto, el desplazamiento, el intercambio y el uso ritual, lo que desplaza la mirada de la imagen como mera representación hacia la imagen como experiencia material y práctica social.
Desde esta perspectiva, la investigación de Floyd amplía sustancialmente la función historiográfica tradicionalmente asignada a las estampas coloniales. Más que simples modelos visuales o puntos de partida para la producción pictórica, los impresos limeños se revelan como artefactos con agencia propia, capaces de coexistir con pinturas y esculturas, de reforzar devociones sin la mediación de otros soportes y de intervenir activamente en la construcción de un paisaje espiritual compartido. El libro abre nuevas vías para pensar la cultura visual andina como un campo dinámico, atravesado por prácticas, afectos y usos que desbordan las jerarquías tradicionales entre medios, audiencias y formatos.