
Luisa Elena Alcalá y Juan Luis González García (eds.)
Spolia Sancta. Reliquias y arte entre el Viejo y el Nuevo Mundo
Madrid, Akal, 2023, 336 páginas, ISBN 978-84-460-5224-1
Carla Guillermina GarcíaUniversidad Nacional de San Martín, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
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Carla Guillermina García
Doctora de la Universidad de Buenos Aires en Historia y Teoría de las Artes. Investigadora en el Centro de Investigaciones en Arte y Patrimonio de la Universidad Nacional de San Martín (CIAP UNSAM-CONICET). Se desempeña como ayudante de primera regular en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y como profesora adjunta interina en la Escuela de Arte y Patrimonio (UNSAM). Es socia activa del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA) y miembro del equipo editorial de Caiana.
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Carla Guillermina García; “Luisa Elena Alcalá y Juan Luis González García (eds.), Spolia Sancta. Reliquias y arte entre el Viejo y el Nuevo Mundo, Madrid, Akal, 2023, 336 páginas, ISBN 978-84-460-5224-1”. En caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). N° 25 | Primer semestre 2025, pp. 188-191.
La prestigiosa colección Arte y Estética de Akal, de marcada preferencia por los estudios sobre arte europeo, suma a su repertorio un volumen que le da protagonismo a las relaciones entre Europa y América en un período comprendido entre los siglos XVI y XIX. Al desafío editorial de poner en diálogo a un elenco de especialistas que reflexionan desde análisis de casos concretos, se le suma uno mayor: hacerlo sobre un objeto de estudio tan particular como son las reliquias cristianas y sus imágenes y artefactos derivados. Particulares, porque la relación entre las reliquias y la práctica artística merece enmarcarse en metodologías que superen posibles relatos clasificatorios o descriptivos y que adopten una mirada que, desde enfoques diversos, pueda problematizar su génesis y su recepción. Las aproximaciones antropológicas para pensar la activación de lo sagrado, la opción por las biografías objetuales y la atención en la potencia de las materialidades, logran complejizar y dar relieve teórico a los distintos casos estudiados en Spolia Sancta, lo que al mismo tiempo expresa los alcances de una tendencia extendida en las investigaciones sobre arte hispanoamericano desde las últimas décadas.
Como editores del libro, Luisa Elena Alcalá y Juan Luis González García explican con detalle los enfoques antes mencionados y anuncian la intención de producir algo nuevo: atender a la recuperación de las reliquias (de aquí la adopción de la teoría de los spolia antiguos), su movimiento y emplazamiento en ámbitos concretos a partir de una lectura tanto artística como política, porque los desarrollos en torno a ellas (relicarios, retablos, templos) no pueden escindirse de los intereses del poder eclesiástico de favorecer la sacralización de sus colonias y de las expectativas de las elites locales de obtener mercedes en favor de su prestigio social y su redención individual.
En el marco del balance historiográfico que impulsa este libro, resulta muy apropiada la exploración de Cécile Vincent-Cassy sobre una fuente valiosa para el estudio de las reliquias, como es el tratado de Martín de Roa S.J., publicado en 1623. A partir de este caso particular que atiende desde distintos ángulos (las particularidades del libro y su publicación, la preeminencia del jesuita en el ámbito andaluz), recoge y relaciona las discusiones sobre la imagen sagrada a partir de Trento y dilucida aspectos centrales de la teoría artística. La ubicación de su texto al inicio del libro introduce problemas que luego retoman y amplían el resto de los trabajos.
Como sucede con este tipo de compilaciones, que son el resultado de proyectos de investigación colectivos, se propone una agrupación temática de los textos en cuatro secciones: “Imagen y reliquia”, “Reliquias en la práctica artística”, “Identidades y espacios”, y “Éxitos, fracasos y resignificaciones”. Vale la pena detenerse en algunos artículos de las dos últimas secciones, que a nuestro juicio encarnan el aporte más relevante de este libro por su capacidad de problematizar las conexiones identitarias entre Europa y América a partir de la circulación de despojos sagrados, y de atender a las dinámicas de transformación y revalorización extendidas en el Nuevo Mundo.
Comencemos por el trabajo de Agustina Rodríguez Romero, donde desarrolla el problema de la reliquia como fragmento a partir de la llegada de distintas partes de la Santa Cruz a la capital del virreinato peruano. La presencia de cada pequeña astilla originó desde el siglo XVI prácticas orientadas a la producción de relicarios, celebración de desfiles procesionales, construcción de iglesias y fundación de cofradías para su culto. Todo esto, en el marco de nuevas fragmentaciones que a su vez originaban sucesivos envíos, y de inflexiones discursivas donde la cruz, como símbolo, se ubicaba como un arma eficaz para combatir la idolatría. En la segunda parte del texto, la autora se detiene en la “elaboración autóctona” del lignum crucis, palpable en el relato sobre la Santa Cruz de Carabuco en el Altiplano andino (p. 234). El culto a este madero como instrumento de prédica enlaza mitos indígenas y genera nuevas representaciones, que resultan afirmativas de su carácter milagroso y despiertan deseos de posesión de la reliquia; tanto en el ámbito americano como en su expansión hacia Europa.
En el siguiente artículo, Escardiel González Estévez abre una lectura comparativa sobre el impacto de los restos de mártires cristianos originados en Asia y América. Allí, recupera las intenciones de promover la valoración del santoral americano frente a un hito inapelable de la historia de la evangelización temprano moderna: el tormento de los franciscanos en Nagasaki y, de su mano, el desarrollo de un corpus iconográfico y “reliquial” inédito a nivel global. El exiguo reconocimiento de los frailes que propagaron la fe del lado occidental la lleva a focalizar en una treta precisa de la Iglesia novohispana: la acogida de corpi santi romanos y la exaltación de su agencia histórica. Para esto, la pintura local del siglo XVII le ofrece algunos ejemplos que la autora observa a partir de sus efusivas inserciones textuales. Este punto resulta sugerente, porque en el surgimiento de imágenes de primeros cristianos poco considerados en Europa (a pesar de su valor incuestionable como reliquias), resuenan esos otros mártires del Nuevo Mundo, cuyos restos habrían corrido peor suerte en ambos casos (como reliquias y como asunto pictórico).
Maria Berbara también escribe sobre los cuerpos y aborda dos núcleos específicos. En primer lugar, profundiza en el “culto a los huesos” (p. 258) motivado por los jesuitas en el Brasil colonial y su significación dentro de los grupos tupíes. Puntualmente, retoma el episodio del padre Francisco Pinto, cuyos restos fueron celosamente custodiados por los nativos por atribuirle poderes mágicos, lo que también alcanzaba a los de los chamanes y profetas de la comunidad. Aquí, reconoce experiencias de apropiación religiosa y, en paralelo, la necesidad por parte de los misioneros de exportar reliquias portuguesas y controlar el culto desarrollado en torno a los restos locales. En segundo lugar, se ocupa de situar al canibalismo del lado europeo. Esto le permite indagar en los ataques desatados dentro del cristianismo desde los argumentos reformistas y en las representaciones que buscaban contaminar los objetos y los ritos sagrados del mundo católico. Por eso, Berbara tiende a pensar que la fijación de una iconografía ligada a la antropofagia indígena y a la exhibición de despojos humanos (como en las estampas contenidas en los libros de Hans Staden y Theodor de Bry), se empalmaba con la contienda religiosa que en ese mismo momento tenía lugar en el Viejo Continente, donde el culto a las reliquias adquiría sentidos controvertidos; se trataba, en definitiva, de la mutilación de un cuerpo que habilitaba “metáforas de crueldad y barbarie” (p. 268).
Otros aportes también profundizan, en las dos primeras partes del libro, en distintas experiencias asociadas a las reliquias en América. El estudio de Yessica Porras sobre los pequeños relicarios en papel hallados en conventos de Nueva Granada, plantea una relación con modelos visuales como los jardines (con senderos que conducen la mirada) y los mapas (con rótulos que señalan sitios). De este modo, Porras aporta una dimensión sensible que recala en la manipulación de dispositivos cuidadosamente codificados y en sus funciones, ya que los piensa como una “alternativa al peregrinaje” por su capacidad de zanjar la distancia entre los lugares sagrados y la vida conventual contemplativa (p. 160). Por su parte, Carmen Fernández-Salvador se detiene en la copia de la Virgen del Pilar de Zaragoza, enviada a la Audiencia de Quito en 1650. Como sucede en el trabajo de Rodríguez Romero, aquí resultan decisivas las figuras eclesiásticas que buscaron dotar de prestigio a los templos urbanos y a sus órdenes religiosas con la ostentación de reliquias de procedencia, en este caso, peninsular. La imagen de bulto quiteña, ubicada en la iglesia de San Francisco, tiene su excepcionalidad. Su condición de réplica sagrada de la Virgen aragonesa acompañó decisiones concretas vinculadas a su exhibición minuciosa como centro de un retablo relicario que, de manera continua, incorporaba envolturas objetuales de distintas formas, materiales y tamaños con el fin de estimular “momentos cargados de densidad espiritual” (pág. 98).
La mayoría de los artículos que componen Spolia Sancta participan en la medida de sus intereses de un sólido acuerdo metodológico basado en la necesidad de diseñar para cada caso, una trama de historias conectadas que pueda entrecruzar geografías y recobrar diferentes escenarios temporales. Las sutiles relaciones entre imágenes y textos logran rodear los casos estudiados y le brindan un marco de lectura reflexivo y actualizado. Finalmente, podría observarse que no en todos los casos las imágenes seleccionadas resultan suficientes en tamaño y calidad (todas se encuentran reproducidas en blanco y negro) para completar el conocimiento de las piezas estudiadas, cuyos registros son difíciles de recuperar por fuera de las publicaciones especializadas.