María Isabel Baldasarre

Bien vestidos. Una historia visual de la moda en Buenos Aires 1870-1914

Buenos Aires, Ampersand, 2021, 384 páginas, ISBN: 9789874161642.

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Graciela Batticuore

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Escritora, Profesora Asociada de Literatura Argentina I en la UBA e Investigadora Independiente del CONICET. Publicó, entre otros ensayos, Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina  (Ampersand, 2017); Mariquita Sánchez. Bajo el signo de la revolución (Edhasa, 2011); La mujer romántica. Lectoras, autoras y escritores en la Argentina: 1830-1870 (Primer Premio de Ensayo del Fondo Nacional de las Artes 2005). Prepara actualmente el volumen 1 de la Historia feminista de la literatura argentina (en colaboración, Eduvim). Publicó recientemente su segunda novela, La caracola (Conejos, 2021). Dirige en Ampersand la colección Lector&s.





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Graciela Batticuore; “María Isabel Baldasarre, Bien vestidos. Una historia visual de la moda en Buenos Aires 1870-1914, Buenos Aires, Ampersand, 2021, 384 páginas, ISBN: 9789874161642”. En caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA), N° 19 | primer semestre 2022.

Algunas veces, en los mejores casos, leer un libro que habla de otras épocas es como respirar en su mundo a través de la mirada avezada de un autor/a. Ahora mismo tengo entre mis manos un libro, que me transporta sigilosamente a otro tiempo. ¿Qué es lo que leo, lo que veo, lo que aprendo o percibo al correr de sus páginas? Hay vitrinas teatralizadas en los negocios porteños a la vuelta de otro siglo, hay avisos publicitarios en la prensa, faldas que se acortan, cinturas que se estrechan. Hay espejos en las casas, figurines, revistas ilustradas con siluetas gentiles. Hay máquinas de coser que hicieron historia. Hay vestidos largos, cortos, sombreros, fajas, corsés que ciñen las  cinturas, hasta dejar a las muchachas casi sin aliento. Hay todo eso y más en el Buenos Aires que describe Marisa Baldasarre en Bien vestidos. Una historia visual de la moda en Buenos Aires 1870-1914. También hay una gran sensibilidad escópica que invita a los lectores a mirar, incluso a recordar y establecer asociaciones e inquietudes propias, en relación con la materia de estudio.

Leyendo este libro me imaginé los cuerpos encorsetados, los miriñaques y los grandes faldones moviéndose en las calles del centro, en las tertulias, en las oficinas, adentro de las casas. Así recordé, por ejemplo, las testamentarias familiares de Mariquita Sánchez, que revisé en el Archivo General de la Nación cuando estaba escribiendo su biografía. Quería saber si esa mujer, que nació a fines de la colonia y fue amiga de los revolucionarios, había heredado libros, diarios, bibliotecas, cuáles eran los autores que leía. Me encontré en los archivos con que no se mencionaba ni uno solo, pero sí un profuso inventario de ropas, telas, vestidos usados, algunos muy gastados, incluso, que pasaban de una generación a otra junto con las joyas, las propiedades, las vajillas y los muebles, porque en “la gran aldea” los insumos de todo tipo escaseaban. Tanto, que Mariquita se queja, todavía, en las memorias que compuso al final de su vida, donde recuerda con desdén la vida colonial.

La situación es completamente distinta un siglo más tarde, en la Buenos Aires que describe el libro de Baldasarre, donde el acceso a la indumentaria y la ostentación de vestidos están a la orden del día. Y sin embargo, entrada la década de 1870, la escritora Juana Manuela Gorriti se jactaba todavía en su diario íntimo, de lucir solamente dos túnicas sencillas, porque la vejez la había vuelto desdeñosa de los hábitos mundanos. Hay una imagen dibujada por el español Parciano Ross, donde Gorriti aparece sentada escribiendo, con una simple mañanita recamada sobre la espalda, señal de un despojo que es también la pose con que la escritora romántica prefirió despedirse de la vida y del siglo.

Leyendo me acordé también de Juana Manso, tan mal vestida en la única fotografía que conocemos suya, tan mal tratada por los intelectuales de su época y por los críticos, incluso por don Ricardo Rojas, que para presentarla en la Historia de la literatura argentina, a comienzos del siglo XX, dice que Manso fue una mujer “fea y hombruna”, parecida corporalmente a Sarmiento, su único amigo y colaborador en vida. Tan distintos son su pose y su vestido, a los de otra escritora exitosa de su tiempo: Eduarda Mansilla, que sí recibió halagos y supo lucir miriñaques, corsé, polisones y grandes prendas suntuarias, en su desfile por las embajadas y otros sitios de alta sociabilidad, ya que era esposa de un diplomático y provenía de una familia distinguida.

Pensé bastante en los lazos entre moda y literatura, incluso sentí ganas de armar un cuadernillo repleto de retratos de las escritoras, vestidas con atuendos hechos a medida de su estilo y personalidad. Así me acordé también de Alfonsina Storni, de sus crónicas de los años 1920/21, en el semanario La Nota y el diario La Nación, llenas de referencias a las polleras cortas, a los tacones altos, a las cinturas de avispas y a “las niñas inútiles que salen a caza de maridos”, siguiendo los consejos de la madre o la normativa sexista de la época. Antes de ser madre soltera y feminista, antes de ser defensora de la dignidad del trabajo y la emancipación de las mujeres, Alfonsina había sido operaria en una fábrica de gorras (por eso me gusta esa foto que la muestra girando la cabeza con un sombrerito bien ajustado sobre el rostro diminuto y ágil).

Todo esto recordé leyendo Bien vestidos. Y pensé que el éxito de un buen trabajo de investigación no reside solamente en los datos que logra sacar a luz escudriñando archivos. O en las hipótesis desafiantes que ponen en juego una lectura crítica bien documentada. Hay otra clave que consiste en saber contar una historia, que pueda hablarle por igual al público especializado y al “lector común” (para usar una expresión que acuñó hace tiempo otra gran escritora inglesa, Virginia Woolf). Bien vestidos reúne todas esas condiciones y despierta el interés de leer, de mirar, de saber, incluso de palpar, de probar, de hacer cosas (en mi caso, llegué a tener ganas de hacer listas de palabras como éstas: crinolinas, miriñaques, ahuecadores, polisones, fajas, enaguas, camisones, corset, faldas trabadas, cuellos, puños, corbatas, postizos, pantalones).

Creo que sentí el placer o la necesidad de copiar palabras como si fueran dibujos, porque expresan o designan rasgos materiales de un universo que conforma la arquitectura de este libro. A lo largo de sus páginas, Baldasarre se ocupa de analizar la geografía del consumo de la moda, las prácticas del hacer y del vestir, las representaciones visuales, a través de la prensa gráfica o la publicidad, el disciplinamiento de los cuerpos, la relación que establece la moda con las conductas y las normativas de época, las coerciones sociales, las tiranías pero también las transgresiones a la moda, los puntos de fuga de quienes eligen un estilo propio, desafiante, identitario.  Para demostrarlo, la autora trabaja con un gran repertorio de diarios, revistas ilustradas, almanaques, manuales, memorias, catálogos de exposiciones, guías comerciales, croquis topográficos, censos, tratados de economía. Analiza no solo la dinámica de los comercios, la prensa gráfica o los interiores domésticos, sino algunos espacios y actores privilegiados de la vida social, que deambulan por teatros, calles, comisarías. Observa a los dandis, a las divas internacionales, a las celebridades, también a los performers, a los travestis y los transformistas, a los invertidos sexuales y los crossdressers, que ya cuestionaban la naturalidad del proceso de afirmación de género, en la Buenos Aires de entresiglos. Ésta es una zona particularmente desafiante del libro, porque deja ver las resonancias del pasado en algunas prácticas legitimadas del presente (por ejemplo, al señalar que la tipología del crossdresser siguió o sigue modelando la práctica de los drag-queens, entrado el siglo XX, pero el registro ya estaba definido en aquellos años hace notar Baldasarre).

En otras palabras, Bien vestidos… nos hace pensar que, en materia de género y de géneros, “lo nuevo” no siempre es inédito sino que adopta las modulaciones de cada época; de tal modo que para entender lo que cambia de un tiempo al otro, hace falta reconocer o discernir no solo las rupturas sino también los legados y las continuidades. Sobre el final del libro, la autora señala que la escritura del texto estuvo atravesada “por una marea feminista verde y poderosa” (p. 363). Rescato esta frase y pondero esa experiencia compartida con las, los, les lectores. No puedo dejar de pensar que estuvo marcada, además, por la dura realidad de una pandemia que nos mantuvo recluidos en las casas, paseando en pijama o en ropas de interior, trabajando o socializando a través de la pantalla. No puedo dejar de imaginar que en ese contexto Marisa Baldasarre terminó de escribir su libro. Pero celebro, no obstante, ese autorreconocimiento de la autora como parte de una “marea verde” que también moviliza y se deja sentir a lo largo de esta obra: en el recorte del índice, en las modulaciones interpretativas, en la bibliografía teórico-crítica que pone en juego la autora, en el repertorio visual que analiza. En el modo de indagar los cuerpos, las vestimentas, los usos y variaciones de época, el ansia de consumo y publicidad, las coerciones o las conveniencias sociales que dictan la moda, pero también movilizan las protestas de las primeras feministas argentinas, que no dejaron de opinar o alzar la voz sobre estos asuntos. En este sentido, me quedo con una afirmación de la autora que apuntala los vínculos entre moda y género. Dice así: “a lo largo del siglo XIX,  los movimientos de reformas del vestido femenino estuvieron fuertemente vinculados con la reivindicaciones políticas y sociales de grupos de mujeres” (p. 279).

Creo que esta propuesta es central. Sabemos ahora que el pasaje del miriñaque a las faldas lánguidas, del corset ceñido a la cintura al pantalón, o que la invención de la faja ortopédica, están directamente ligados con la inserción de las mujeres en el mundo del trabajo y del feminismo. Pero además, quiero destacar un aspecto muy valioso del estudio de Marisa Baldasarre que pone de relieve las materialidades, a través del análisis de datos ligados al consumo, los costos de vida, los salarios, las huelgas, los circuitos de compra    y venta de productos, los agentes de intercambio. Así nos enteramos, por ejemplo, que la comercialización de máquinas de coser comienza hacia 1860 en Buenos Aires. O que una década después, ser sastre, modista o costurera era una de las profesiones más lucrativas, ya que para tener éxito social en la ciudad moderna, había que vestir bien. Tanto es así, que de las 12.270 mujeres que poblaban Buenos Aires en 1887, la mitad eran costureras; las cifras van en ascenso a media que nos acercamos al Centenario, cuando ya se registran 16.086 mujeres en la costura y hay una máquina de coser por cada 36 habitantes en la capital. A partir de datos concretos como éstos, Baldasarre piensa los lazos entre el mundo de trabajo, la moda, las relaciones de género. Se entiende mejor, entonces, que “saber coser” haya sido en el pasado una “práctica de lo femenino”, una competencia que cualquier buena esposa y madre debía tener. A lo largo del siglo, las mujeres pasaron del arte de bordar al oficio de coser, señala la autora.

Resta agregar que este libro resulta de enorme utilidad para lectores interesados en la historia de la moda o el consumo moderno, los estudios de género, la economía industrial, el marketing publicitario, la sociología, la historia del arte y los estudios visuales. Bien Vestidos se suma a la colección Estudios de Moda, dirigida por Marcelo Marino, que ya reúne una serie de títulos notables, con la calidad gráfica y editorial del sello Ampersand.