
Marta Penhos
Paisaje con figuras. La invención de Tierra del Fuego a bordo del Beagle (1826-1836)
Ampersand
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Carla Lois
Licenciada en Geografía y Doctora en Filosofía y Letras-UBA (Argentina). Investigadora Independiente en CONICET. Profesora Adjunta en UBA y en UNLP. Se especializa en historia de la cartografía y en epistemología de las imágenes. Entre sus publicaciones: Mapas para la Nación; Terrae Incognitae. Formas de pensar y mapear geografías desconocidas; “El mapa, los mapas. Notas metodológicas para pensar la pluralidad y la inestabilidad de las imágenes cartográficas”.
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Carla Lois; «Paisaje con figuras. La invención de Tierra del Fuego a bordo del Beagle (1826-1836)». En Caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). N° 12 | Año 2018 en línea desde el 4 julio 2012.
Paisaje con figuras. La invención de Tierra del Fuego a bordo del Beagle (1826-1836), el último libro de la historiadora del arte Marta Penhos trata, podría decirse, de la construcción o invención de un lugar tan particular, como lo es Tierra del Fuego, a partir del estudio de imágenes gráficas o visuales y literarias yuxtapuestas: grabados y acuarelas, mapas con sus topónimos visuales y elocuentes, descripciones que oscilan entre el realce de lo estético y los registros de “modos de mirar” (diría John Berger) científicos. Pero el libro es mucho más que el análisis riguroso de un collage de imágenes.
Por un lado, las imágenes no son tratadas sólo en su aspecto estético; ni siquiera como el resultado de habilidades del dibujante o acuarelista; tampoco como un simple acto de inscripción y registro de una experiencia. Son abordadas como un problema. Dice la autora: “No fue tarea fácil para nuestros expedicionarios dominar los espacios que atravesaron, estudiaron y contemplaron, puesto que constituían un desafío a sus visualidades y a sus recursos representacionales. Las categorías de lo sublime y lo pintoresco permitieron intentar su plasmación en palabras y en imágenes, aunque no fueron suficientes para dar cuenta de la otredad de los fueguinos” (p. 287). Las tensiones que genera esa dificultad (que es una dificultad de los expedicionarios, de los editores y hasta podría pensarse también de los lectores) es narrada por la autora de una manera cautivante.
Por otro lado, uno de los puntos sobresalientes del libro y algo que lo hace singular es que se aboca a rastrear los viajes que hacen las propias imágenes. A diferencia de un análisis tradicional del repertorio imagético centrado en marcar la mirada extranjera del viajero y sus maneras de retratar la otredad, en este libro el lector se puede deleitar con el desmenuzamiento del proceso de transformación y de resignificación que viven las imágenes entre el momento de su concepción y elaboración en el contexto de un viaje y su plasmación como ilustración en una obra publicada que tanto en su tiempo como posteriormente tuvo una vasta circulación (y, por tanto, un importante efecto en la configuración de un imaginario geográfico de una de las zonas más inaccesibles del globo).
Para describir el tratamiento singular de las imágenes analizadas en el libro no hay mejor metáfora para evocar que la del tapiz: las imágenes, esos paisajes con figuras que inventaron Tierra del Fuego a bordo del Beagle, forman un gran tapiz bordado magistralmente. Ahora bien: gran parte de esa magnificencia no es tan evidente ni aparece en la superficie de las imágenes. Por eso aquí tenemos otro gran acierto del libro: al analizar las imágenes, la autora nos muestra el reverso del tapiz, y vemos los nudos, los modos en que se entrelazan las lanas de diversos colores, los cruzamientos y enredos de esos hilos, las imágenes borrosas que se construyen en el lado oculto que tiene toda imagen visible.
¿Qué aparece cuándo se da vuelta el tapiz? En primer lugar, aparecen las prácticas que dan cuenta de las dificultades para crear esas imágenes. Fueron dificultades de todo tipo: en primer lugar, la de los propios expedicionarios: y no sólo porque no disponían de un horizonte intelectual para interpretar sus propias experiencias (algo que es cierto, eso ocurría, como mencionamos antes) sino también porque lo que veían no siempre era lo que querían ver, y se resistían a aceptar eso. A propósito de esto, en un momento nos cuenta Marta que “pese a los esfuerzos de King y Fotz Roy para representar los espacios fueguinos de acuerdo a categorías propias de su horizonte cultural hay en Narrative indicios de que el extremo sur de América no les ofreció muchas oportunidades para un deleite estético” (p. 213). Y sí: realmente, contrastado con las majestuosas descripciones de Alexander von Humboldt, la humildad de las elevaciones de los Andes australes resultaban decepcionantes… pero aun así se esforzaron por hacerlas brillar de algún modo. Ahí cobra relevancia, por ejemplo, la acción de Henry Colburn como el agente elegido para que el informe de la expedición al Beagle trascendiese de la esfera estrictamente oficial y se desparramase en el ámbito de lo público “decorado” a tal efecto. Para ello tuvo que transformar materiales eclécticos, producidos y recolectados con diversos grados de rigurosidad y de interés estético variable en una obra que mereciera el interés de los lectores. Y así fue que reunió diarios de abordo, textos áridos, reportes particulares, bocetos y acuarelas… para hacer con todo eso un texto coherente homogéneo, estableciendo diálogos entre textos e imágenes que no necesariamente estaban predefinidos o ya existían.
En segundo lugar, el reverso del tapiz echa luz sobre el detrás de bambalinas y los entretelones de la producción de las imágenes. Y aquí se presentan diversas situaciones. Una de ellas: aunque se supone (porque así son presentadas) que son básicamente el resultado del registro de la experiencia de un viaje específico y datado, resulta que muchas de ellas se elaboran a partir de otros textos -y no necesariamente de lo visto, aunque sean puestas a servir en el libro como si hubieran sido el registro de lo visto. En esa fascinante migración, las imágenes viajan de libro en libro, a veces con mínimas pero significativas variaciones (en cuestiones tales como los modos de vestir al personaje retratado en el primer plano, la alteración de las figuras del fondo, o el carácter que se le otorga a la topografía) y la relevancia de esas alteraciones no emana de las imágenes propiamente dicha sino del riguroso estudio de Marta Penhos. Otra situación: algunas imágenes se produjeron mucho tiempo después de la experiencia del viaje en sí, con todo lo que ello puede implicar: las imágenes fueron “rediseñadas” con el aporte de nuevos conocimientos adquiridos a posteriori y que sirvieron para reescribir o adornar sus paisajes con figuras según los intereses de los autores. Y más todavía: en otros casos ciertas imágenes se “alejan” del texto que acompañan (un texto que acompañan físicamente en el espacio del libro pero que prácticamente al que prácticamente ignoran en el espacio de los sentidos: es el caso de Narrative,cuando el texto insiste en la desnudez de los fueguinos pero en las imágenes aparecen vestidos). Al revisar cómo a veces las imágenes componen un relato alternativo al que propone el texto, el libro nos da algunas pistas para interrogarse sobre la inestabilidad de este imaginario en formación.
En tercer lugar, la autora demuestra cómo la imágenes y sus reescrituras cristalizan estereotipos (consolidan un “tratamiento convencional”, p. 218) que, a pesar de su carácter arquetípico y justamente estereotipado, no está exento de tensiones. Se nota en las dialécticas de esas representaciones que no siempre funcionan de maneras solidarias o coherentes entre sí. En esos matices se desarma un relato monolítico (que ha primado mucho en la literatura fundamente del mito del fin del mundo) para mostrar las pugnas de diversos paisajes con figuras que se ponen en disputa. Tomemos el caso de la relación entre los fueguinos y el paisaje (que es un aspecto crucial no sólo en la configuración de postales sobre el fin del mundo que circularán en Europa con avidez sino también en la construcción del lugar, del microcosmos fueguino en sí mismo). A veces, los fueguinos mimetizados con el paisaje o bien retratados como personas que no habitan el lugar en el que son puestos/retratados en las acuarelas de Conrad Martens (pp. 272-273). Pero también las imágenes (y los textos que las acompañan) dan cuenta de otros modos de concebir la población local, por ejemplo a partir de su heterogeneidad de la población local. Es decir: Marta pone de relieve que los fueguinos forman un colectivo que es visto, al menos, de tres maneras diferentes: desde el estereotipo, como los wigwams y en forma personalizada (con nombre y apellido, en el caso de los cuatro rehenes). Aquí se nos revela la complejidad de la idea misma de “cristalizar estereotipos”, que podría parecer casi contradictoria si pensamos que los estereotipos que aquí se tratan no fueron modelos esquemáticos rígidos sino, por el contario, dinámicos y que la cristalización de esas ideas no implicó el anquilosamiento de sentidos básicos sino que, también muy por el contrario, sirvió para crear un horizonte intelectual comprensible. No se trató de crear de una vez y para siempre ideas simplificadas para fijarlas en el imaginario común: la cristalización de estereotipos fue parte de una serie de prácticas de observación, registro y reflexión a la que les caben todas las de la ley en lo que a experiencia etnográfica refiere.
En cuarto lugar, el libro transita los modos en que la experiencia de los viajeros opera en la construcción de un imaginario geográfico, etnográfico, cultural y social,
Como parte de ese mismo proceso de construcción de un lugar, merece ser destacada la escritura de la experiencia del viaje a través de los topónimos incrustados en los mapas de su tiempo, en parte porque el tipo de inscripción (es decir, la inscripción topográfica) tiene una legitimidad científica y una perdurabilidad en el tiempo que deja marcas hasta el presente: Bahía Desengaño, Isla y Cabo Desolación, Bahía Inútil, Puerto Dislocación, Isla Furia siguen estando en los mapas actuales. Son topónimos contundentes para describir una experiencia aterradora. Podemos preguntarnos de qué paisajes nos hablan. De lugares hostiles, sin duda. Pero, cuando esos topónimos se combinan con otros menos dramáticos, también aparecen atisbos de optimismo sobre la posibilidad de llevar la civilización hasta el fin del mundo.
Con esta síntesis de algunos de los puntos destacables del libro, quise resaltar que la relación de las imágenes con los textos es narrada en toda su complejidad como pocas veces podemos encontrar la literatura de estos géneros, tanto en la red de sentidos que construyeron como en las materialidades de sus itinerarios.
Lo último pero no por ello menos importante y que vale la pena resaltar es la edición impecable del libro Paisaje con figuras. La invención de Tierra del Fuego a bordo del Beagle (1826-1836), a cargo de Ampersand, que incluso ha sorteado con elegancia la reproducción de las acuarelas en blanco y negro.
Sin duda, este es un libro para disfrutar del principio al fin y para atesorar en nuestra biblioteca.