Giovanna Capitelli, Stefano Cracolici (eds.)

Roma en México/México en Roma. Las academias de arte entre Europa y el Nuevo Mundo 1843-1867

Roma, Campisano Editore, 2018, 384 páginas, ISBN 978-88-85795-18-1

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Giulia Murace

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Magíster en Historia del Arte por la Università degli Studi di Siena y licenciada en Historia del Arte por la Università della Calabria. Es becaria del CONICET y doctoranda en la Universidad Nacional de San Martín con un proyecto sobre los viajes de formación y de perfeccionamiento de los artistas sudamericanos a Italia a principios del siglo XX. Ha abordado distintas cuestiones ligadas al tema en congresos y publicaciones.





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Giulia Murace, “Giovanna Capitelli, Stefano Cracolici (eds.), Roma en México/México en Roma. Las academias de arte entre Europa y el Nuevo Mundo 1843-1867, Roma, Campisano Editore, 2018, 384 páginas, ISBN 978-88-85795-18-1”. En caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA).No 14 | Primer  semestre 2019.

Los vínculos que conectaron Europa y Latinoamérica en el largo siglo XIX constituyen uno de los intereses centrales de un grupo cada vez más extenso de historiadores del arte, tanto europeos como latinoamericanos. En este marco se inserta la exposición Roma en México/México en Roma. Las academias de arte entre Europa y el Nuevo Mundo 1843-1867 y el catálogo de la que es producto. La dedicatoria a dos de los referentes para el estudio del arte latinoamericano de los siglos XIX-XX: Fausto Ramírez Rojas y Mario Sartor – mexicano uno, italiano el otro – adelanta lo que catálogo y exposición quieren transmitir: un esfuerzo conjunto entre investigadores a fin de remitir una historia de relaciones recíprocas entre Roma y Ciudad de México durante estos veinte años del Ottocento.

El ensayo que abre el libro es de la pluma de los curadores Giovanna Capitelli y Stefano Cracolici. La apuesta por Roma y México que ellos hacen es un gesto elocuente del nuevo rumbo emprendido en el panorama actual de los estudios y enuncia una posición firme dentro de la historiografía acerca del siglo XIX. Como reconocen los autores, gracias a la colaboración entre estudiosos e instituciones de Italia, México e Inglaterra, se ha emprendido un viaje que se augura no termine con este primer resultado: la historiografía italiana y la mexicana, que se desconocieron durante largas décadas, se encuentran y de este encuentro nace una historia conectada y compartida que es mucho más robusta de la que puede ser leída aisladamente a ambos lados del Atlántico.

El eje que guía este periplo es el de la geografía artística: marco teórico y brújula para moverse en el entramado de viajes, relaciones e intercambios entre México y Roma. Explícita en el ensayo de apertura, la mirada geográfica es palpable en todas las contribuciones del rico catálogo. La historia de fondo es ya conocida y estudiada: la reforma de la Academia de San Carlos iniciada en 1843 llevó a encontrar en Roma a los profesores que constituyeron el nuevo cuerpo docente y a instituir un sistema de pensionados regulares que mandara a la ciudad eterna los mejores alumnos de pintura, escultura y arquitectura. Incluso muchos de los nombres y de las obras analizadas se enumeran entre las más célebres del siglo XIX mexicano. La Roma cosmopolita de la primera mitad de siglo también es terreno ya explorado. Sin embargo, la perspectiva con la cual se vuelve sobre estos argumentos modifica la lectura de este escenario pensando justamente en sus actores como pertenecientes a una misma “escuela romana”, rechazando el empleo de la idea tradicional de “escuela” inherente a la proveniencia geográfica de los artistas. Esto fue un logro perceptible especialmente en la exposición: las salas del museo de San Carlos estaban pobladas de un centenar de obras que sumergían al espectador en el Ottocento romano, fueran ellas realizadas por artistas romanos o extranjeros. Y se replica visualmente en el aparato iconográfico y en las extensas fichas de gran rigor científico que componen el catálogo.

El libro está impreso en dos idiomas, manteniendo los ensayos en italiano o castellano según su autor. La elección permite al lector apreciar todos los matices de la prosa escrita en lengua materna, sin embargo, evidencia quizás la voluntad de dirigirse a un público en su mayoría científico. La primera parte del catálogo se divide en seis ensayos además del texto de apertura, escritos por destacados investigadores mexicanos e italianos, que ahondan en varios aspectos de la vida social y artística en Roma, en las prácticas de los artistas tanto en Roma como en México y en las dinámicas del mercado. Las contribuciones de Carla Mazzarelli y Stefano Grandesso, por ejemplo, analizan respectivamente las figuras de Pelegrín Clavé y Manuel Vilar en la ciudad eterna. En ambos casos emerge la composición cosmopolita de Roma y una igualmente heterogénea red de relaciones que los dos catalanes instauraron durante su estadía. Los autores recorren lugares, prácticas y personas que frecuentaron tanto Clavé como Vilar y que los llevó a ser ganadores del concurso que en 1845 se sustanció en Roma para elegir los artistas que deberían conformar el cuerpo docente de la renovada academia de San Carlos de Ciudad de México. El análisis de la práctica de la copia da pie a Mazzarelli para indagar aspectos de la estadía de formación de los pensionados mexicanos en Roma, como así también cuestiones ligadas a las exposiciones de la Academia y al mercado del arte en el México de mediados del siglo XIX. Grandesso, a su vez, examina el desenvolvimiento de la actividad de Vilar y de los pensionados mexicanos a través de una lectura –por momentos política- de las obras y de las iconografías nacionales, entrecruzándola con las trayectorias diversas de esculturas y escultores italianos presentes en Ciudad de México.

Exposición y catálogo destacan la relevancia que tuvo la contratación de Clavé y Vilar como agentes en el incipiente sistema del arte local: con ellos “se dio inicio en México a la construcción de una romanísima escuela mexicana de vocación purista”, afirman los curadores (p.20). Una breve reflexión sobre el asunto, que teoriza las posibles conexiones entre academia y modernidad en la institución sancarlina, se encuentra en el texto de Luis Javier Cuesta Hernández. Los dos catalanes romanizados tuvieron además el mérito de haber llevado adelante la iniciativa de organizar exposiciones anuales donde no solo se exhibían las obras de los alumnos y las que mandaban los pensionados, sino también obras de artistas por fuera de la institución. Esto impulsó la aparición de la crítica de arte y configuró las bases para un mercado artístico local. Angélica Velázquez Guadarrama penetra en estas cuestiones vinculándolas a un subgénero pictórico específico: el pueblo de Roma. Estudiando detenidamente los catálogos de las exposiciones anuales de la Academia de San Carlos entre 1848 y 1869, la autora evidencia la presencia en la pintura mexicana de aldeanos y aldeanas de Roma, de Nápoles, de Albania, que en la capital pontificia trabajaban como modelos para los artistas. Género que fue particularmente afortunado en términos de coleccionismo y mercado y que pronto se trasladó a la pintura nacional. Los artistas mexicanos cuando dirigieron su mirada al contexto local representaron tipos y costumbres nacionales empleando a menudo estrategias plásticas –según palabras de la historiadora– “romanizadas”, en un proceso que denomina “de regionalización”. Apropiaciones éstas que restituyen otra cara de Roma en México, no solo a través de obras y artistas sino también en sujetos y paisajes. En contraparte se debe leer el ensayo de Elisa Camboni que arroja luz sobre un artista hasta ahora muy poco conocido: Carlos de Paris. Catalán por nacimiento, de Paris tuvo un corto pasaje por Milán y emprendió un viaje a México siguiendo a su hermano, empresario teatral, hacia 1828. La autora muestra como esta historia se enlaza con todas las otras aquí narradas, en una red densa de idas y vueltas que conecta Roma con México y México con Roma durante todo el siglo XIX.

Importante contribución es el ensayo de Hugo Arciniega, quien introduce en el debate la visión de los arquitectos, fascinados por la Aeterna mirabilia urbis y la Antigüedad. Luego de haber transcurrido sus años en Europa, los pensionados mexicanos volvieron al país, ingresaron a la planta docente de la academia y revolucionaron desde allí los métodos de la enseñanza, considerando la arquitectura de forma global en su relación con la escultura y la ornamentación.

La investigación que llevaron a cabo Capitelli y Cracolici y que sustenta la exposición no solo ha conectado nombres que la historiografía había mantenido separados, sino también ha permitido hallar fondos archivísticos inéditos en Roma que se corresponden con cartas y documentos que se conservan en Ciudad de México, en Estados Unidos, en España, en Alemania y en Hungría, permitiendo una cuidada reconstrucción histórica que revela una trama hecha no sólo de grandes nombres. Diplomáticos, ministros y eclesiásticos se encuentran al lado de artistas, empresarios y aficionados, alimentando una movilidad continua de obras y personas. Han surgido así nuevas atribuciones para las obras del acervo mexicano y nuevos datos para las historias del coleccionismo entre México y Roma, que refuerzan la idea de una “escuela romana” que va mucho más allá de los confines de la misma ciudad.

Es de celebrar por lo tanto, la voluntad de trabajar y pensar conjuntamente un periodo histórico, un espacio geográfico amplio, una multitud de actores e instituciones, que ha llevado a confeccionar un producto que constituye un verdadero aporte teórico y metodológico para una renovada historiografía artística sobre el siglo XIX.