María Amalia García y Marcelo Pacheco (comp. e invest.)
Alberto Greco ¡Qué grande sos!
Buenos Aires, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 2016.
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> autores
Agustin Díez Fischer
Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires y Licenciado en Relaciones Internacionales en la Universidad Católica Argentina, Diez Fischer se ha centrado en el estudio de problemas de arte latinoamericano contemporáneo. Ha coordinado la realización del catálogo de la colección del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires y participado de proyectos de investigación en la Argentina y el extranjero. Actualmente se desempeña como docente en la cátedra Historia del Arte Americano II en la Licenciatura en Artes (UBA) y director del Centro de Estudios Espigas.
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> como citar este artículo
Agustin R. Díez Fischer; «Alberto Greco ¡Qué grande sos!». En Caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). N° 10 | Año 2017 en línea desde el 4 julio 2012.
En uno de los libros más citados de los últimos años, El espectador emancipado, Jacques Rancière aborda la cuestión de la ficción. Su hipótesis es clara: la ficción es aquello que puede producir “rupturas en el tejido sensible de las percepciones”,[1] capaz de cambiar nuestra manera de relacionarnos con los sujetos. Para Rancière –y en un proyecto en el cual podríamos incorporar desde otros postulados a Jean-Marie Schaeffer-, la ficción no es un mundo imaginario opuesto al real sino la posibilidad de disenso, de “construir relaciones nuevas entre la apariencia y la realidad, lo singular y lo común, lo visible y su significación”.[2]
El problema de la ficción es central en el libro Alberto Greco ¡Qué grande sos! dirigido por María Amalia García y Marcelo Pacheco y editado por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Esquemáticamente ese problema puede desmenuzarse en tres grandes aspectos. En primer lugar, la narración ficcional fue un elemento central en la construcción del relato de Greco por parte del propio artista, allí donde él mismo se estableció como un territorio bajo el mandato compartido entre la vida y el mito. Para mostrar con claridad esa dimensión –esos “múltiples autorretratos”, como les llama Rafael Cippolini en su texto-, los editores incorporaron –y entremezclaron a lo largo del libro- los textos del propio Greco: se encuentran reproducidos desde su intercambio epistolar con Hugo Parpagnoli que muestra al Greco gestor de exposiciones hasta sus publicaciones como Fiesta (1950) o Besos Brujos (1965) que permiten analizar al Greco cercano a las prácticas literarias.
El segundo aspecto de la ficción aparece en el relato que otros hacen de la vida de Greco. Allí se encuentra un escrito fundante reproducido en su totalidad en el libro: el texto que Luis Felipe Noé escribió en ocasión de la muestra Alberto Greco a cinco años de su muerte en la Galería Carmen Waugh en 1970. Ese mismo problema se despliega sobre el desafío que implica reconstruir acciones de Greco sobre las cuales no hay registro fotográfico sino sólo relatos diversos donde confluyen -como en todo relato- el recuerdo, la propia experiencia, los deseos y las pasiones. Los editores tomaron la decisión de convocar al artista Alberto Passolini para que dibujase aquellos faltantes construyendo imágenes a partir de las descripciones de testigos. Es en esas obras donde el juego lúdico con la memoria deviene en nuevas imágenes construidas en el diálogo con un artista contemporáneo. Podríamos asociar esta estrategia al reciente ciclo llevado a cabo en el MAMBA cuando bajo el título “El borde de si mismo” Analía Couceyro dialogó con las obras de Alberto Greco y Alberto Heredia –ciclo dirigido, junto a Sofía Dourron y Javier Villa, por Alejandro Tantanian, uno de los autores que contribuyen en el catálogo.
Finalmente, hay un tercer aspecto donde la ficción se hace presente en el libro. El problema se plantea en su relación con la escritura de la historia del arte: ¿Cómo conciliar ficción cuando se busca confrontar el modo en que la historiografía construyó el relato sobre la obra de Greco? Específicamente, Alberto Greco ¡Qué grande sos! pretende distinguirse de las lecturas que entendieron su obra desde los proyectos de internacionalización de la vanguardia española –postura consolidada en la muestra que tuvo lugar en el Institut Valencià d´Art Modern en 1991/1992-. García y Pacheco son claros en su postulado: ellos buscan reinscribir a Alberto Greco en su anclaje local, tanto porteño como en sus lazos inexplorados con el noroeste argentino.[3] Un proyecto que se basa en un exhaustivo trabajo de archivo –el libro cuenta con casi 300 imágenes- y especialmente en el análisis del material sobre Hugo Parpagnoli en el acervo del MAMBA y de la Galería Pizarro en la Fundación Espigas –hoy legado al Centro de Estudios Espigas del IIPC/Tarea de la Universidad Nacional de San Martín.
Es aquí donde el sentido de ficción que formula Rancière se hace más eficiente para mostrar cómo es posible reformular los lugares de enunciación de la historia del arte para hacer explícitas otras relaciones nuevas entre lo visible y su significación. El catálogo de esos vínculos en el libro es extenso: desde Macedonio Fernández u Óscar Bony hasta Doña Petrona y Palito Ortega en el texto de Marcelo Pacheco, con la escena brasilera en el escrito de María Amalia García, con las prácticas de profanación del arte hacia religión en el trabajo de Gonzalo Aguilar, en sus vínculos con Oscar Masotta y Germaine Derbecq en las contribuciones de Ana Longoni o con Néstor Perlongher o Liliana Maresca en el análisis de Viviana Usubiaga. También con la escena española en la participación de Estrella de Diego, con Juan Ramón Jiménez en el trabajo de Mario Cámara o con El Principito en el texto de Alejandro Tantanian.
Finalmente la publicación concluye con una extensa cronología y bibliografía a cargo de Sofía Frigerio junto a un conjunto de textos de época que conforman el corpus de escritos sobre Greco hasta 1970. El libro se vuelve así fundamental tanto para quienes pretendan conocer sobre el artista y su obra como de interés para aquellos que busquen estrategias para afrontar los desafíos que platean a la historiografía la recuperación de las prácticas siempre esquivas del arte de la segunda mitad del siglo XX.
Notas
[1] Jacques Rancière, El espectador emancipado, Buenos Aires, Manantial, 2010, p. 66
[2] Ibíd., p. 66-67. Para abordar este tema desde el trabajo de Jean-Marie Schaeffer véase su libro ¿Por qué la ficción?, Madrid, Lengua de Trapo, 2002, y Arte, objetos, ficción, cuerpo. Cuatro ensayos sobe Estética, Buenos Aires, Biblos, 2012.
[3] Greco sería un apartado importante para profundizar en los vínculos federales de la vanguardia de los años 60 con su participación en las Exposiciones Culturales Rodantes (1960-1961) organizadas por Rafael Squirru. Se podría sumar a ese estudio el Arte-Cosa Rodante (1962) de Rubén Santantonín o el Espectáculo Audiovisual Rodante -también apoyado desde las empresas vinculadas a la industria automotriz, IKA, Shell y FIAT en esta ocasión- organizado por el Instituto Torcuato Di Tella desde 1962 hasta su trágico final en 1963 y en el que participara el fotógrafo Ignacio Ezcurra, fallecido en Vietnam apenas unos años más tarde que Greco.