Kennedy-Troya, Alexandra
Élites y la nación en obras. Visualidades y arquitectura del Ecuador 1840-1930
Cuenca, Universidad de Cuenca; Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Azuay, 2016.
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> autores
María Elena Bedoya
Historiadora, docente universitaria y curadora independiente. Ph.D del Programa de Sociedad y Cultura, de la Universidad de Barcelona, España. Magíster en Estudios Latinoamericanos, en la UASB-Ecuador y Licenciada en Ciencias Históricas, PUCE-Quito. Ha participado en importantes proyectos curatoriales entre los que se destacan: Umbrales del arte en el Ecuador y Triciclos, objetos culturales de la infancia, entre otros. Actualmente es docente de la Escuela de Ciencias Históricas de la PUCE y ha participado como profesora invitada en el programa de maestría Antropología Visual en la FLACSO, sede Ecuador; en el Programa de Maestría en Planificación Urbana de la Universidad Central del Ecuador, así como en el Programa de Especialización en Museos y Patrimonio de la UASB. Ha publicado artículos especializados a nivel nacional e internacional. Sus líneas de investigación son: historia cultural, connected histories, memoria, patrimonio cultural, estudios visuales y cultura material.
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María Elena Bedoya; «Élites y la nación en obras. Visualidades y arquitectura del Ecuador 1840-1930». En Caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). N° 10 | Año 2017 en línea desde el 4 julio 2012.
El libro Elites y la nación en obras. Visualidades y arquitectura del Ecuador 1840-1930 de Alexandra Kennedy-Troya presenta un extenso recorrido historiográfico que recoge la obra de esta historiadora ecuatoriana, mostrando las distintas facetas reflexivas desde donde ha anclado su trabajo académico. El texto, dividido en cinco partes, está organizado por problemáticas específicas que van desde la importancia del paisajismo en la construcción de la nación, la circulación de imágenes, la educación artística, los imaginarios decimonónicos sobre la colonia y sus distanciamientos, hasta una enriquecedora y compleja lectura sobre la valoración del patrimonio edificado en las ciudades. La autora, desde un sólido bagaje teórico-conceptual y metodológico, abre un campo de análisis interdisciplinario que permite al lector un acercamiento a los signos culturales de época y a la cultura visual ecuatoriana a lo largo de casi cien años de historia.
El nexo entre el paisajismo, el arte, la ciencia y la nación es uno de los tópicos que inauguran el análisis histórico propuesto por la autora. En esta primera parte del libro se indaga alrededor de la “tradición paisajística” afincada en el Ecuador y de cómo los descubrimientos científicos, aquellos vinculados a las ramas de la geografía, la geología y la botánica, fueron las coordenadas de trabajo de los eruditos de la época, quienes se caracterizaron por ejercer un quehacer multifacético, tanto desde el arte, como de la ciencia, la literatura y la política. Artistas como Rafael Troya, Juan Agustín Guerrero, Juan León Mera, entre otros, son analizados al interior de un espíritu científico ávido por construir una nación en el reconocimiento del territorio, la geografía y sus riquezas.
En un segundo momento, Kennedy trabaja sobre la circulación de imágenes y de artistas de la denominada “Escuela Quiteña” a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Es interesante la exploración sobre el prestigio de los trabajos artísticos de dicha escuela, así como la configuración de redes de comercio y consumo de obras artísticas de corte religioso. En su exploración, la autora propone algunas rutas de destino, así como la caracterización de las demandas de productos. En este punto es interesante la importancia que habría cobrado las piezas de arte en la región y las particularidades de su circulación. Este estudio devela la necesidad de conectar las redes de interés vinculadas a la producción y consumo del arte.
Dentro de este mismo acápite se retoma una acuciosa reflexión ligada al análisis del Álbum de costumbres ecuatorianas: paisajes, tipos y costumbres (c. 1855-1865), aquí su interés se enfoca en la “producción cultural de las imágenes” tanto es su “significación artístico-estética”, así como en la práctica política que interpela o reafirma al “poder hegemónico”. En el análisis de esta imaginería costumbrista y propagación a mediados del siglo XIX, se logra develar los intereses de la circulación de estas imágenes en torno al paisaje y a los tipos americanos frente a las demandas europeas. En este punto le interesa distinguir la manera en que las imágenes pueden “adquirir significados y valoraciones distintas” de acuerdo a la posición donde se encuentran; para lograr este propósito hace el seguimiento de algunas producciones de artistas como Ramón Salas, Juan Agustín Guerrero, entre otros.
En el tercer apartado de su libro, Kennedy-Troya aborda la problemática de la educación artística, tanto en sus aspectos “técnicos o teórico creativos”, así como en los circuitos educativos del hecho artístico. Desde esta perspectiva, la autora está interesada en abrir un espacio la reflexión del campo socio cultural más allá del análisis meramente del objeto artístico. Entre las academias o escuelas de principios del siglo XIX podemos encontrar a la Escuela de Bellas Artes fundada en Cuenca en 1822 y al Liceo de Pintura de Quito en 1849, ambas de corta duración; además se señala un periodo de “vacío artístico entre 1830 a 1850”. Hacia la segunda mitad del siglo nos encontramos con la importancia de la gestión sobre la educación y las artes ejercida por el presidente Gabriel García Moreno. En este periodo se funda la Academia Nacional en 1861 y se promociona una serie de reformas a la instrucción pública, así como la inserción laboral de profesores jesuitas y hermanos cristianos extranjeros para las escuelas primarias y secundarias. A pesar de la marcada línea de política conservadora del gobierno el país entró en la compleja dinámica del progreso.
En estos años, vale la pena recalcar el papel que cumplió la imagen en la formación del ciudadano “virtuoso y patriota” hacia el último cuarto del siglo XX. Mediante el escrutinio sobre distintas prácticas y estrategias a la hora de “erigir el altar patrio” articuladas a la producción visual, la autora logra localizar la emergencia de un arte conmemorativo dirigido a espacios colectivos, en donde los retratos de héroes, batallas, personalidades “ilustres” comienzan a circular y se articulan a las formas en que el discurso nacional se va configurando.
Finalmente, en la cuarta y quinta parte de su libro, la autora explora en el papel de la arquitectura dentro de los procesos de transformación del patrimonio edificado. Kennedy-Troya analiza las activaciones de esta modernización arquitectónica en la introducción de distintas formas sean ella neoclásicas, neo barrocas y otros “historicismos románticos”. En este acápite se recurre al análisis de casos de inmuebles específicos en donde se estudian los planos constructivos y los recursos espaciales, logrando dar pistas sobre la propia historia urbana, en este caso, de la urbe cuencana, así como de las nuevas concepciones sobre el habitar en ciudad.
Para cerrar su libro, la autora inscribe algunas discusiones sobre la valoración y conservación de los patrimonios edificados desde mediados del siglo XIX hasta 1945. Esta sección termina con un acucioso estudio arquitectónico sobre el Teatro Nacional Sucre en el cual inserta una reflexión sobre polémica dada en la época por una estatua de Sucre que iba a ser colocada al interior del recinto y que aludía “negativamente” a la conquista española. Esta situación que provocó una serie de rencillas con el encargado de negocios español Llorente Vásquez y el gobierno de turno. En un contexto en el que se estaban configurando las distintas simbologías patrias, este tipo de representaciones que aludían a la colonia se constituyen en imaginarios desde donde se pueden explorar las maneras en que las formas coloniales pervivían para el presente.
Para concluir, podemos señalar que el trabajo Kennedy-Troya nos ha permitido ingresar en el entramado social y cultural a partir del cual se anclaron un sinnúmero de prácticas artísticas que han sido reconocidas en su fluidez y movimiento, en su tensión y negociación, en las formas en que el arte ha sido un puente que conecta la política, la ciencia, el territorio de la nación y fuera de ella, allí donde la cultura visual nos ofrece posibilidades de reflexión más allá del “objeto artístico”. Debemos reconocer la riqueza del enfoque interdisciplinar de la autora y del bagaje de producción historiográfica, es, sin duda, un profundo análisis histórico sobre distintas facetas interconectadas del quehacer artístico ecuatoriano. Finalmente, es importante mencionar que este trabajo académico ha recibido el premio nacional en la Bienal de Arquitectura de Quito, 2016, debido a la rigurosa investigación histórica realizada y a su gran contribución a la historiografía ecuatoriana, sin duda, será un gran aporte para el conocimiento sobre el arte y cultura visual en nuestros países latinoamericanos.