Svetlana Alpers
El arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII
Buenos Aires, Ampersand, 2016 [1983], 375 páginas
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> autores
Sandra Szir
Doctora en Historia y Teoría de las Artes (Facultad de Filosofía y Letras, UBA) y Magister en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (IDAES, Universidad Nacional de San Martín). Autora del libro Infancia y cultura visual. Los periódicos ilustrados para niños (1880-1910) y de artículos sobre periódicos ilustrados, imagen impresa y cultura visual en Buenos Aires en el siglo XIX y comienzos del XX. Dirige y co-dirige proyectos en el área de Historiografía de las Artes y en el de Cultura Gráfica en la Argentina.
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Szir, Sandra; “Svetlana Alpers, El arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII”. En caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). No 8 | 1er. semestre 2016, pp 165-167.
Puede resultar algo rezagado comentar un libro publicado por primera vez en 1983, pero El arte de describir. El arte holandés del siglo XVII de Svetlana Alpers que se reedita en 2016, y con el que se inaugura la colección Caleidoscópica sobre comunicación visual, presenta una vigencia y un interés que resistió de diversas maneras el paso de estos años. El libro fue publicado en un momento en el cual en la historia del arte se cruzaban distintos modelos teóricos y metodológicos. En los años 80 el formalismo tenía aún sus cultores. La iconología como protocolo de investigación que cruza un interés por los temas figurativos y su lugar en la cultura a través del análisis de diversos correlatos textuales se veía provocado por el sub-campo teórico de la historia social del arte que vinculaba la práctica artística con las estructuras materiales sociales y económicas más generales. Este libro se posiciona en este último terreno, indagando el lugar de las imágenes en una cultura y momento particulares.
Interesada en un tipo de obras, retratos, naturalezas muertas, paisajes y pinturas de género, la propuesta de Alpers proporcionó nuevos paradigmas para su estudio ligando a los grupos sociales que las producían y consumían, a sus intereses intelectuales y hábitos culturales. Pero además representó un desafío a la disciplina en general, ofreció evidencia especulativa para pensar lo limitados que pueden ser conceptos y herramientas interpretativos surgidas en contextos específicos pero pretendidos como universales en el uso para el análisis de otros fenómenos artísticos, conceptos por lo general enunciados desde un lugar hegemónico de poder e institucionalizados por la disciplina. Desde la historia social del arte el libro traza además un puente conceptual con la corriente teórica más reciente de los estudios visuales, ya que abrió el camino para cuestionar la centralidad del arte frente a otras manifestaciones de expresión visual.
El arte de describir no es una historia de la pintura holandesa, sino un conjunto de ensayos que analiza distintos aspectos de la naturaleza y función del arte en la sociedad holandesa. Su argumento principal señala que la historia del arte había sido dominada por aproximaciones y supuestos interpretativos originalmente desarrollados para pensar el arte italiano que no resultaban apropiadas para el estudio del arte holandés, sustancialmente diferente. Alpers se refiere a la definición del arte del Renacimiento italiano formulada por el arquitecto León B. Alberti, como una superficie enmarcada, situada a cierta distancia del espectador a través de la cual se contempla un mundo sustituto del real, como una “ventana abierta”. Este mundo era un escenario en el cual figuras humanas representaban acciones significativas basadas en textos literarios, bíblicos o mitológicos. Era un arte esencialmente narrativo. Esta tradición en la que se basó la historia del arte durante mucho tiempo informó las principales estrategias analíticas aún en los momentos de institucionalización de la historia del arte como disciplina académica a comienzos del siglo XX. Alpers afirma entonces que tal herencia teórica dificultó la posibilidad de encontrar un lenguaje y categorías apropiados para observar tipos de imágenes que no se ajustaban a ese modelo.
Lo diferencial entonces del arte holandés y la tradición nórdica en la cual se inscribe, de acuerdo a su análisis, se caracteriza como un arte de descripción. Las pinturas holandesas aquí consideradas representan temas domésticos más que una imitación de acciones humanas significativas, atienden a la observación de la realidad visible y se detienen en la superficie pictórica, en la textura de una tela, en el brillo de una porcelana o la transparencia de un vidrio, en la totalidad de un paisaje con todos sus detalles. Basta mirar un cuadro de Vermeer para entender la afirmación de Alpers de que la pintura holandesa no podría pensarse como una ventana, sino más como un espejo o un mapa, en los cuales pueden verse en algunas pinturas palabras junto a los objetos, enfatizando el artificio de la representación.
Alpers intentó rescatar al arte holandés de las lecturas de los iconógrafos y narrativistas, discute particularmente tanto con historiadores holandeses que han visto en esta pintura un carácter ‘emblemático’ como con la escuela iconográfica, particularmente con Erwin Panofsky, que buscaron un simbolismo encubierto bajo la superficie descriptiva. Ella afirma, en cambio, que las imágenes holandesas no ocultan un significado discursivo y simbólico bajo su superficie, sino que el sentido es esa propia superficie, lo que el ojo ve.
Para analizar el arte holandés Alpers apela entonces a su circunstancia, y esto implica no solo ver el arte como una manifestación social, sino considerar el lugar, el rol y la presencia de las imágenes en la cultura holandesa. Para ello despliega a lo largo del libro dos tipos de discurso, por un lado, una compleja trama de fenómenos históricos que vincula las imágenes con circunstancias sociales, personajes con intereses intelectuales, técnicos y científicos, prácticas artísticas y de oficios tradicionales. Por el otro, emplea un desarrollo especulativo que constituye lo más arriesgado del planteo del libro, articula las pinturas holandesas con el rol que le adjudica a la visión en la cultura de su tiempo, a las investigaciones sobre los instrumentos ópticos, el ojo y la imagen retínica, a la tendencia empirista y el interés por la observación y el conocimiento del mundo visible y a la creencia, arraigada en la cultura holandesa de ese tiempo, en el sentido de la vista como medio privilegiado de adquisición del conocimiento. Así es como ve en los mapas holandeses el compromiso generalizado de diagramar pictóricamente el conocimiento del mundo. La visión empírica adquiría importancia como herramienta de investigación científica, lentes y espejos eran productos de los artesanos y parte del equipamiento de los pintores. El arte holandés combina tradiciones artesanales con nuevas formas de conocimiento y habilidades tecnológicas, vinculados a los modelos de visión y la descripción del funcionamiento del ojo humano de Johannes Kepler.
Alpers afirma que puede considerarse que en la sociedad holandesa del siglo XVII hay una “cultura visual” coherente. La pintura se vincula con otras artesanías hermanas, las imágenes en porcelanas, plata o vidrio compartían una tecnología similar de visualización, tecnología entendida no solo como un modo de hacer, sino de pensar, comprender y operar. Las pinturas holandesas intentan emular la imagen retínica basadas en lentes, cámaras oscuras y microscopios y a su vez se vinculan con el placer visual de la representación de la vida social y de la naturaleza. Describe así la “cultura visual” holandesa considerando las teorías contemporáneas de la visión, el lugar de la imagen en la educación, el uso de los mapas y las representaciones de palabras escritas en las pinturas. Cada capítulo yuxtapone imágenes con textos, textos tomados de figuras de la época como Samuel van Hoogstraten, Constantijn Huygens, Anthony van Leeuwenhock, así como los no holandeses Francis Bacon, Johannes Kepler y Jan Amos Comenio.
El arte de describir opone entonces el modo de concebir las representaciones visuales de los artistas del renacimiento italiano como un modo intelectual que hace uso del instrumento matemático para establecer un espacio pictórico racional en el cual espacios preconcebidos y claros destacan las figuras humanas en su medida y proporción y manifiestan la acción, y a su vez resulta siempre presente el rol del espectador. Los artistas holandeses, en cambio, expresarían la experiencia visual misma. Sin embargo, lo interesante de esta experiencia visual es la complejidad que sirve a Svetlana Alpers para formular el amplio problema de la relación entre naturaleza y artificio en la historia de la pintura.
Finalmente, además de un interés historiográfico, este libro mantiene un valor intelectual de plena vigencia, señalando proyecciones en los desarrollos de la historia del arte y los estudios visuales actuales. Si bien la propuesta de Alpers se encontraba todavía firmemente asentada dentro de las fronteras de la historia del arte, su libro sin embargo, presentó una innovación y abrió el camino para cuestionar la centralidad del arte como modo visual privilegiado de significación cultural. La matriz que propuso Alpers expandió el campo de objetos a considerar por la historia del arte. En el caso holandés la ampliación óptica, la proyección de la cámara oscura, el dibujo educativo, la producción cartográfica, junto con modelos teóricos de imágenes proyectados en la retina visual, extendió la posibilidad a terrenos que no eran considerados en relación con la pintura. De ahí que este libro puede leerse en un sentido fundador.
Por otro lado, en dimensión tanto epistemológica como política, este libro expresó una crítica a un canon conceptual, en parte aún en vigencia, que desplegó herramientas históricas, teóricas y críticas y elaboró categorías espaciales y temporales desde un lugar hegemónico que privilegió el arte y la cultura occidentales y modernos, línea progresiva que tiene un eje fundamental y un momento de “esplendor” en el siglo XV italiano. Este libro se coloca en un lugar de cuestionamiento hacia esa hegemonía y considera un arte que no forma parte de la línea del humanismo italiano y de los supuestos valores “universales” que encarnó.
La pintura holandesa forma solo un pequeño subconjunto de una vastísima diversidad de arte en el mundo producido sin ningún conocimiento de la teoría humanista, o ningún interés en ella, e incluso en oposición. Por todo esto podemos afirmar que El arte de describir sigue siendo una lectura sugestiva, desafiante intelectualmente y vivamente placentera.