Gloria Cortés Aliaga

Modernas. Historias de mujeres en el arte chileno 1900-1950.

Santiago de Chile, Origo, 2013, 255 páginas.

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Georgina Gluzman

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Licenciada en Artes por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es investigadora de la Universidad General de San Martín. Es becaria del CONICET y doctoranda en la UBA con un proyecto sobre mujeres artistas argentinas. Ha publicado artículos en libros y participado en congresos, abordando temas vinculados a los estudios de género, como la construcción de las patricias argentinas en la prensa, las características de la representación femenina en la publicidad, y las trayectorias de María Obligado y Lía Correa Morales.





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Georgina Gluzman; «Modernas. Historias de mujeres en el arte chileno 1900-1950». En Caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). N° 3 | Año 2013 en línea desde el 4 julio 2012.

La publicación del último trabajo de Gloria Cortés Aliaga testimonia el impacto que los estudios de género han tenido en la historia del arte, disciplina conservadora por excelencia, al tiempo que revela la relativa escasez de esta clase de análisis en el ámbito latinoamericano. La investigación comenzó a partir de la pregunta, nada ingenua, en torno a la existencia de artistas activas en Chile durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX.

La obra ilumina un período poco explorado con relación a otros momentos de la historia del arte en Chile, que han recibido mayor atención por parte de los estudiosos. Y lo hace desde la recuperación de las mujeres, marginadas en el discurso disciplinar, pero no en la práctica artística. La cuidada investigación de Cortés Aliaga revela una rica trama de artistas, obras y proyectos, lejos de los obstáculos insalvables denunciados por las primeras aproximaciones feministas a la historia del arte. En efecto, el siglo XX ve la incorporación de mujeres a los Salones Nacionales –donde obtienen distinciones-, a la enseñanza estatal y a los encargos oficiales.

La historia del arte en Chile incluye figuras de la talla de Rebeca Matte, cuya enorme popularidad paradójicamente ha oscurecido las trayectorias y obras de otras mujeres. Son estas otras las protagonistas de este relato, dando a conocer recorridos y producciones fuera del discurso canónico, que ha incluido tan sólo a unas pocas heroínas artísticas.

Las primeras décadas del siglo XX, etapa de sueños de progreso, de modernización del campo artístico chileno y de la incorporación de mujeres al mismo, constituyen el núcleo de esta investigación. Sin embargo, la autora acertadamente ha incluido información relativa al siglo XIX, ayudando a comprender ciertos estereotipos persistentes y a justipreciar los cambios producidos a partir del nuevo siglo.

El primer segmento de esta obra está dedicado al análisis de las tempranas intervenciones femeninas en el campo artístico, comenzando desde fines del siglo XIX. La figura de Celia Castro, educada en la parisina Académie Julian, resulta un ejemplo crucial para comprender las posibilidades de una pintora en el período de entresiglos, de las que el otorgamiento de un subsidio para estudiar en Europa es una evidencia contundente. También los intensos debates sobre la “cuestión femenina” son recuperados por la autora, prestando atención a sus vínculos con la actividad artística de las mujeres

El segundo capítulo analiza la auténticamente masiva incorporación de las mujeres a la escena artística. En efecto, se trata de centenares de mujeres cuyas historias han permanecido fuera del discurso disciplinar. Además de recuperar y examinar trayectorias de un grupo de pintoras con detalle, Cortés Aliaga dedica un apartado a las escultoras activas en este período, cuestionando la difundida noción de que las mujeres habrían permanecido apartadas de este campo por ser considerado particularmente “viril”.

El tercer apartado se concentra en diversos aspectos que distinguen a las generaciones caracterizadas como “modernas”. El tema del viaje aparece como una de las condiciones del ser moderna. En efecto, son los desplazamientos los que permiten a un grupo de mujeres el acercamiento a otros círculos artísticos y a otras posibilidades de desarrollo, tanto estéticas como personales. Un segundo punto se refiere a una problemática analizada ya por las primeras historiadoras feministas del arte: el acceso a la posibilidad de copiar el cuerpo humano desnudo, uno de los modos directos de exclusión de las mujeres de los géneros artísticos más valorados. La historia trazada por la autora refiere no un proceso lineal sino diversos caminos de acceso a este eje de la educación artística, complejizando una historia frecuentemente presentada como de progreso y liberación femeninos. Además, el creciente número de autorretratos de artistas da cuenta de procesos de profesionalización y autorrepresentación como artistas. Por otro lado, la escultura no permaneció ajena a los cambios suscitados en las primeras décadas del siglo, aunque el espacio público (y sobre todo los encargos oficiales) hayan estado parcialmente vedados a las mujeres. El caso de Matte involucra la intersección de las variables de género y clase, circunstancia que le permitió convertirse en una presencia en el espacio público a través de diversas comisiones.

La obra se detiene también en el conflicto y la negociación surgidos a partir de la necesidad de conjugar las identidades de “mujer” y “artista”, prestando particular atención a los modos de autorrepresentación de las artistas en términos de arreglo personal y despliegue de signos contundentes que reafirmaran su “condición femenina”.

La crítica de arte asume un papel central en la investigación. Es en su análisis donde Cortés Aliaga revela las condiciones de recepción de las obras producidas por mujeres. La autora examina detalladamente los topoi más recurrentes de la crítica artística. Las artistas más celebres recibieron títulos como “destacado escultor”, como en el caso de Rebeca Matte, poniendo al descubierto que no existen equivalente femenino para los “genios” o “los viejos maestros”. Por otro lado, la noción de una “diferencia” natural entre hombres y mujeres generó lecturas de las obras ejecutadas por mujeres que ponían de relieve la supuesta “naturaleza femenina”.

Modernas es un proyecto marcado por las lagunas o los huecos, en suma, por “la obra que desaparece”, en palabras de la australiana Germaine Greer, y por los escasos testimonios de las propias artistas. La autora ha rescatado con tesón nombres y trayectorias, asociadas a veces a obras existentes y frecuentemente a obras perdidas, rescatadas de publicaciones ilustradas. Es de esperar que este redescubrimiento abrirá las puertas a otras investigaciones que profundicen en cuestiones marginadas en el texto pero sugeridas por éste. La diversidad del material recuperado por la autora y sus profundos análisis permiten vislumbrar futuros proyectos y próximos estudios que continúen las líneas de trabajo planteadas por Cortés Aliaga en Modernas. Más allá de las respuestas que suscite, la cartografía trazada por la autora permanecerá como un referente para quienes estudien el arte producido por las artistas chilenas y para quienes se interesen por las relaciones entre género y arte.

Finalmente, el texto de Gloria Cortés Aliaga se sitúa de modo inteligente entre las dos principales tendencias de la historia feminista del arte: la historia aditiva y la historia reconstructiva. Atenta a los debates producidos al interior de la crítica feminista, la autora utiliza herramientas conceptuales propias de aquellas historiadoras del arte preocupadas por “la integración de las mujeres al currículo de la historia del arte”, en palabras de Mary Garrard, e historiadoras del arte radicales, cercanas al marxismo y a la tradición de la historia social del arte. Comprendiendo que sólo mediante una cuidadosa investigación biográfica de corte tradicional es posible llegar a conclusiones complejas, Gloria Cortés evita las generalizaciones y ofrece un panorama fascinante de la producción artística de las mujeres en Chile.