María Amalia García
El arte abstracto. Intercambios culturales entre Argentina y Brasil.
Buenos Aires, Siglo XXI, 2010.
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> autores
Gonzalo Aguilar
Es profesor de literatura brasileña en la Universidad de Buenos Aires y autor de los siguientes libros: La poesía concreta: las vanguardias en la encrucijada modernista (2003), traducido al portugués; Otros mundos (Ensayo sobre el nuevo cine argentino) (2006), traducido al inglés por Palgrave / McMillan; Episodios cosmopolitas en la cultura argentina (2009); Borges va al cine (2010), en coautoría con Emiliano Jelicié, y Por una ciencia del vestigio errático (Ensayos sobre la antropofagia de Oswald de Andrade) (2010).
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Gonzalo Aguilar; «El arte abstracto. Intercambios culturales entre Argentina y Brasil». En Caiana. Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA). N° 1 | Año 2012 en línea desde el 4 julio 2012.
El arte asbtracto es un libro que puede ser leído como una reafirmación, una renovación y una promesa. Una reafirmación porque se suma a un giro que se produjo en la crítica a fines de los años noventa y que fue particularmente intenso en el área de la historia del arte. Sin duda, Vanguardia, internacionalismo y política de Andrea Giunta es un referente insoslayable y una prueba de que este giro cambió los modos de hacer crítica de arte en la Argentina. En esta serie hay que incluir ahora el libro de María Amalia García (de hecho, su origen es una tesis de doctorado dirigida por la misma Giunta presentada en la UBA). Para otros dominios o periodos, hubo otros libros que abrieron caminos como los de Adrián Gorelik sobre la ciudad, Mirta Varela sobre la televisión y Laura Malosetti Costa sobre el arte de fin de siglo XIX. El aspecto más poderoso de este giro es la reacción contra el textualismo, la lectura inmanente y la glosa de los catálogos por un lado y, por otro, el intento de establecer una narración sociocrítica del arte argentino recurriendo a los archivos que, con esta tendencia, adquirieron una nueva dimensión. En estos trabajos, el archivo se transforma en el lugar de la construcción de una red en la que cada obra de arte adquiere nuevos sentidos por las relaciones que establece. Antes que un fin en sí mismo, la obra es un nudo, un síntoma o un operador de lectura. Dentro de este giro que se produjo en la crítica, el libro de María Amalia García encuentra su propio espacio narrativo: los años cincuenta y el surgimiento del arte abstracto con documentación, disposición cronológica y un instrumental teórico que se inspira en Raymond Williams y en Pierre Bourdieu.
Esta nueva tendencia crítica surgió también de la necesidad de articular un orden y de comprender los debates culturales y el modo por el cual ciertos movimientos, artistas u obras asumieron en determinados momentos un papel hegemónico. Narrar la hegemonía, la construcción de una posición hegemónica es, a la vez, mostrar los dispositivos de poder que se utilizan, no siempre tan idealistas como la concepción del genio hacía suponer (no hace falta de todos modos recurrir a una categoría antigua como la de genio, la visión textualista del arte y de la literatura también tiende a borrar los procesos por los cuales un escrito o una obra se tornan dominantes en un campo determinado). Marita García hace permanente referencia a la “tendencia hegemónica en el escenario cultural” y a las “tensiones por la hegemonía regional” que introduce un elemento (el regional) que tiene que ver con la renovación que supone este libro. Es decir, si su trabajo con la narración, la periodización y el archivo son una reafirmación de la tendencia crítica que se inicia a fines de los años noventa (principalmente, es necesario decirlo, por tesis producidas en la Universidad pública), la introducción de un recorte supranacional, regional y comparativo (el libro lleva como subtítulo Intercambios culturales entre Argentina y Brasil) implica una renovación en relación con esos estudios que limitaban su corpus al recorte nacional.
Este movimiento hacia una construcción de redes transnacionales implica un trabajo con los archivos mucho más complejo, pero en esta conjunción está lo mejor del libro: la apertura, el análisis y el despliegue de los archivos de Max Bill. La autora debe producir, para dar este paso, una fuerte desterritorialización ya que los archivos se encuentran en Suiza. En ese lugar lejano, aparentemente ajeno al caos de los países tropicales o sudamericanos, García encuentra varias claves de lectura de las problemáticas latinoamericanas que enfrentó el cosmpolitismo de la abstracción en los años 50. Desde este lugar, desde estos archivos, García desarma todo un relato convencional y canónico que cuestiona en las figuras de Ronaldo Brito y de Nelly Perazzo, entre otros. Con Nelly Perazzo discute la idea de sincronización, con Brito la diferencia tan tajante (y bastante absurda al menos como está planteada) entre el concretismo paulista y el carioca.
Lo que El arte abstracto viene a decir es que el fenómeno del concretismo local no puede verse según esquemas nacionales. Desde el punto de vista del desarrollo de la tesis ocupan un lugar central los viajes, las cartas, las colaboraciones en revistas (como por ejemplo Murilo Mendes en Arturo o la revista Joaquim en Brasil). Pero García va más allá: porque ésta es una tesis en la que nadie es extranjero. Una tesis hospitalaria. Interesante además porque el concepto de extranjería aparece cuando se habla de la constitución del grupo Ruptura o aparece en Arturo con Huidobro, Torres-García y Rothfuss. Se inicia entonces una lectura tentacular que va dándole una dimensión nueva al fenómeno y que admite una provechosa y placentera lectura en contrapunto con Objetos para transformar el mundo (Trayectorias del arte concreto-invención, Argentina y Chile, 1940-1970) de Alejandro Crispiani.
La reafirmación y la renovación, entonces. ¿Y la promesa? Me interesa leer en estos libros académicos su carácter de tesis, algo que por lo general la reorganización del libro que se hace a pedido de las editoriales tiende a ocultar. Pero ese trabajo de borramiento (“que no parezca una tesis”) no es difícil advertirlo y en esos huecos, dejan ver la tesis, un género que, más allá de sus rígidos protocolos, tiene un gran atractivo. Porque en una tesis uno ve un pensamiento, un proceso, la formación de una mirada y el crecimiento de una propuesta. En las buenas tesis, siempre se ven las cicatrices, las heridas de guerra. Una buena tesis es la de alguien que comenzó de una manera y termina de otra porque la tesis es un medio de aprendizaje y de metamorfosis. A la vez que un estudio hecho bajo la égida de Bourdieu y Williams, uno ya percibe la dislocación que introduce a Georges Didi-Huberman y la cuestión de la lectura anacrónica. La lectura contextual, sociocrítica, se desplaza por momentos para dejar emerger el estatuto trágico de la obra de arte y su temporalidad diferencial. Después de haber exhibido el carácter social de la estética del concretismo, después de haber desmontado los mecanismos que constituyeron su lucha por la hegemonía, después de narrar el entramado del arte de avanzada de los años cincuenta, se trata ahora de ir abandonando a Bourdieu y a Williams –quienes sirvieron como antídoto pero que ya comienzan a ocultar las preguntas más interesantes que podrían hacerse los nuevos investigadores– y de comenzar a ver esas obras en las constelaciones del presente. Ahora que tenemos una versión exhaustiva, rigurosa y original del concretismo llegó la hora de pervertirlo. Esa mirada perversa no sería la del mercado (que fue la que se impuso a principios de este siglo con las diferentes retrospectivas y muestras) sino aquella capaz de llevar a la obra a sus propios límites, más allá de sí misma, convertirlos en objetos policronos y heterocrónicos: y esa promesa ya se va realizando. En el catálogo de la exposición que se hizo de Lidy Prati, García se propone “repensar la apuesta concretista a partir de una mirada sexualizada”. Estableciendo una crítica de género, hace explotar el continuum del hombre y la mujer como sentidos política e históricamente construidos y, en discusión con Juan-Jacobo Bajarlía, repiensa el espacio de género y el carácter de la curva en esos cuadros abstractos. Hay entonces en este libro una promesa que ya se ha cumplido y con ese sentido es que leemos este intenso libro que es El arte abstracto.